El Arte De Tomar Vino

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El acto formal de beber vino debe ser lento y ocioso; beber sin restricciones debe tener algo de elegante y romántico. Beber vinos en primavera debe tener lugar en un jardín para experimentar las sensaciones refrescantes, en el verano en las afueras de la ciudad para apreciar mejor sus cualidades, en otoño en un bote a fin de aumentar la sensación de jubilosa libertad y en invierno en la casa a fin de calentar el corazón.


El mundo se divide hoy en bebedores y no bebedores. Se presume a veces, sin embargo,  que los no bebedores son moralmente superiores, y que tienen algo de qué enorgullecerse, sin comprender que les falta uno de los grandes placeres de la humanidad. Estoy dispuesto a admitir que tomar vino es una debilidad moral, pero por otra parte debemos precavernos de las personas sin debilidades morales. No se puede confiar en ellas. Es fácil ser siempre sobrio y no cometer ningún error, pero seguramente sus costumbres sean regulares, su existencia más mecánica, y su cabeza mantendrá siempre la supremacía sobre su corazón.

Por mucho que me gusten las personas razonables, odio a los seres completamente racionales; Los beneficios morales y espirituales no han sido apreciados jamás por estas almas “correctas”, rígidas, inemotivas y poco poéticas. Pero como los bebedores de vino somos atacados generalmente por el aspecto moral y no el artístico, debo empezar con una defensa moral del bebedor de vino. La gente que tiene una copa en la mano es la gente que atrae mi corazón. Es más afable, más sociable, tiene más indiscreciones íntimas que revelar y a veces es muy brillante en la conversación.


Y lo más importante, un hombre que tiene una copa de vino en la mano es usualmente feliz y, al fin y al cabo, la felicidad es la más grande de las virtudes morales. El valor artístico y literario de tomar vino puede ser apreciado mejor cuando imaginamos lo que pierde alguien al dejar de tomar vino por un prolongado periodo. Todo amante del vino en algún momento alocado, ha intentado abjurar de su lealtad a la Señora Vid, y después de cierta lucha con su imaginaria conciencia, ha recobrado los sentidos. Una vez cometí la tontería de dejar de tomar vino durante 5 meses, pero al fin de ese periodo mi conciencia me instó irresistiblemente a que tomara otra vez en buen camino, claro, nunca me he embriagado realmente, tomo con cierta moderación, la suficiente para entrever la fuerza espiritual de la que es capaz de dotar un buen vino. Porque, según Haldane, el gran bioquímico inglés, el vino se cuenta como uno de los cuatro inventos en la historia de la humanidad que han dejado una honda influencia biológica en la cultura humana.

La historia de esos cinco meses en que hice el juego del cobarde ante mí mejor yo, y me negué voluntariamente algo que sabia era de gran fuerza de elevación para el alma, es por cierto una historia vergonzosa. Ahora que puedo recordarlo en una forma desaprensiva y racional, me resulta incomprensible que haya durado tanto ese ataque de irresponsabilidad moral. SI fuera a detallar mi odisea espiritual de día y de noche durante estos cinco meses, a la manera de Joyce, estoy seguro de que podría llenar cinco mil buenas líneas homéricas en verso, o doscientas cincuenta páginas de prieta impresión en prosa. Es claro que, para empezar, era ridículo el objeto. ¿Por qué en nombre de la raza humana y del universo, no ha de tomar vino uno? No puedo responder ahora. Pero ocurren al hombre a veces estos ataques de irresponsabilidad, supongo yo, cuando desea hacer algo contra la corriente tan sólo por el placer de vencer una resistencia, y en esta forma emplea un momentáneo exceso de energía moral. Fuera de ello no puedo explicar mi repentina e impía resolución de dejar de tomar vino.



Es claro que las tres primeras semanas tuve una extraña sensación que vencí tomando mucho té pálido. Es fue la parte física de la batalla, y por lo tanto la más fácil y, a mi juicio, la más despreciable. La gente que cree que en eso reside toda la impía lucha contra el vino, no tiene idea de lo que dice.

Olvida que degustar una copa es un acto espiritual, y quienes no tienen una idea de la significación espiritual de tomar vino no deben meterse jamás en estas cosas. Al cabo de tres semanas llegué a la segunda etapa, en la cual comenzó la verdadera batalla espiritual. Se me cayó la venda de los ojos y vi que había dos razas de amantes del vino, una de las cuales no merece siquiera el nombre. Para estas gentes, la segunda etapa no ha existido jamás. Comencé a comprender por qué oímos hablar de “fáciles conversiones” de muchas personas que parecen haber abandonado el vino sin lucha alguna. El hecho de que han podido detener ése hábito tan fácilmente como si se tratara de tirar un cepillo de dientes gastado, demuestra que nunca aprendieron a apreciar el vino de verdad. Se les atribuye una “gran fuerza de voluntad”, y lo cierto es que estas personas nunca han entendido el alma de los vinos. Para ellos, tomar vino es un acto físico, como lavarse la cara y los dientes todas las mañanas: una costumbre física, animal, sin ninguna cualidad que satisfaga el alma. Dudo que esta raza de gente sea capaz de entonar en extática respuesta al Skylark de Shelley o al Nocturno de Chopin.


Sin embargo para mí fue diferente, pronto advertí la insensatez de mi resolución. En mí el buen sentido y la razón pronto empezaron a revelarse y a preguntar: ¿Por qué razón, social, moral, política, fisiológica o financiera, ha de emplear uno conscientemente la fuerza de voluntad para impedirse el logro del completo bienestar espiritual, de esa condición de percepciones agudas, imaginativas y de plena y vibrante energía creadora, una condición necesaria para que gocemos perfectamente de la conversación con un amigo a la vera del fuego, o para crear verdadero calor en la lectura de un libro antiguo, o para producir esa perfecta cadencia de palabras y pensamientos del alma que conocemos como buena literatura?

Después de pensar mucho en las razones que tenia para no descorchar ninguna otra botella, al final no se me ocurrió ninguna valedera.

Por fin una tarde visite a una de mis mejores amigas. Ya estaba mentalmente preparado para la reconversión. No había nadie más que nosotros, y al parecer íbamos a tener un verdadero tête-à-tête. Ella llevo una botella de vino rosado y mientras lo descorchaba sentí que había llegado el momento. Me ofreció una copa, y la sujete firme y lentamente, sabiendo que con este acto me había recobrado de mi ataque temporal de degradación moral.

Después de efectuar el primer examen organoléptico me dijo: “Hay siempre un lugar y un momento indicado para tomar. Uno debe tomar ante las flores, de día a fin de asimilar sus luces y colores; y uno debe tomar bajo las estrellas, de noche, a fin de despejar las ideas. Cuando uno toma al sentirse feliz por un triunfo debe cantar, a fin de armonizar su espíritu; y quien toma en una fiesta de despedida debe pulsar una nota musical, a fin de fortalecer su espíritu; pero, lo más importante de todo es tener la compañía correcta, solo se puede disfrutar plenamente una botella de buen vino cuando tienes amigos agradables, sabrosos postres y una exquisita conversación; a eso, es a lo que yo llamo: felicidad”

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