Arroz A La Valenciana

15:27

El siglo XX le dio la bienvenida culinaria al “modernismo” pictórico en 1908 en el estudio de Picasso ubicado en Montmartre, el barrio plagado de doulos, pintores, flambeurs, flâneurs, prostitutas, escritores metidos a brujos (o viceversa) , fantasmas eróticos… todos impregnados del olor de cervezas de brasserie, cigarrillos y vino hiperbarato. En el piso destartalado se celebraba una casualidad imposible. Picasso se había encontrado en una tienda de baratijas el “Retrato de una mujer” de Rousseau y lo había comprado ¡en cinco francos!, fingiendo que no se daba cuenta de lo que hacía, silbando al aire acaso para no alertar a dependiente… Invitaron a treinta amigos, entre ellos Gertrude y Leo Stein, Alice B, Toklas, el inevitable Braque, con quien Picasso estaba más o menos inventando la pintura del futuro; Apollinaire, el crítico André Salmon; improvisaron mesas con tablones, colgaron linternas chinas de las vigas, decoraron las paredes con las máscaras africanas que Picasso y Braque adoraban (Dejaron las pinturas en el suelo, en los rincones, como verticales mazos de cartas); Al Retrato, centro de la fiesta, le pusieron unas banderitas y una corona de flores. Llegó Rousseau, que bien podía pasar por abuelo de aquel grupo policromo, pero para él era una fiesta sorpresa. Pidieron comida a domicilio que nunca llegó. La novia de Picasso, Fernande Olivier, preparó su famoso “Riz á la Valencienne”.




El arroz de Fernande iba así más o menos (esta versión no es para treinta personas sino para unas seis u ocho, según el hambre): Primero lavó bien medio kilo de almejas en sus conchas para quitarles la arena; las cocinó en un poco de agua hirviendo durante unos tres minutos; las retiró y apartó el liquido de cocción; sazonó un pollo grande cortado en piezas con dos cucharadas de jugo de limón, sal y pimienta, lo doró por todos lados en una paella (una curiosidad que ha ido olvidándose: el plato le da el nombre al platillo, no al revés: paella –pariente del francés pôele, sartén- es ese recipiente redondo y amplio); le agrego 200 gramos de rodajas de calamares y los salteó unos tres minutos. Los retiró de la sartén junto con el pollo, ahí sofrió a fuego medio, durante cinco minutos, 100 gramos de ejotes, dos pimientos, uno verde y uno rojo, y un jitomate (no a todos les gustaba el jitomate pero a ella no le importó); después devolvió pollo y calamares a la sartén. Al jugo de las almejas le agregó caldo de pollo caliente hasta que tuvo 3 tazas y media; lo añadió a la paella, lo sazono con un poco de azafrán, sal y pimienta; lo puso a hervir y le sumó dos tazas de arroz y medio kilo de camarones. Revolvió cuidadosamente, llevó a un nuevo hervor y cocinó durante cinco minutos. Luego bajó el fuego a medio, el estudio se lleno de un calor que hacia sudar al pobre Apollinaire y lo dejó unos veinte minutos más. Un momento antes de servir lo que al final iba a ser el único plato de la noche, le agregó 150 gramos de chicharos, cuando estos obtuvieron un color verde brillante colocó encima de todo las almejas; lo cubrió para que el humo se encerrara y lo llevo en medio de aquella larga lista de borrachos…


Marie Laurencin, la pintora había bebido tanto en el Fauvet, un bar donde se encontraron antes por tragos aperitivos, que los Stein tuvieron que cargarla por esas crepusculares calles empinadas hasta el estudio. Cuando llego se cayó sobre la charola de las tartaletas. Un tipo que siempre andaba en el Lapin Agile (el cabaret sigue anunciándose así: au coin de la rue Saint Vincent et de la rue de Saules, sitúe sur la pente nord de la butte Montmartre) llevó un burro a la fiesta, y el burro no pudo resistir la tentación de comerse el sombrero de flores de Alice Toklas; los vecinos atraídos por el ruido se colaban y comían arroz con la mano o con un poco de pan; André Salmon se agarro a golpes quién sabe con quién. Al final en la madrugada, llorando con una alegría de viejito, conmovido de que aquel monton de locos lo apreciara tanto, Rousseau se puso a tocar el violín. Luego se quedo dormido debajo de una linterna, que le escurrió cera en la cabeza hasta formarle un montículo. Los que seguían despiertos no pudieron decidir si les parecía un pequeño edificio o la cúpula de una iglesia.



You Might Also Like

6 comentarios

Like us on Facebook

Flickr Images