Si una noche de invierno un viajero

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Si una noche de invierno un viajero quiere ser una novela de novelas, quiere ser un libro peculiar, narrado desde distintas voces, para una misma persona, que a la vez, es distintas personas, distintos lectores. La idea es arriesgada y original. El libro comienza así: “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero”, desafiante, demoledor para con todos los otros comienzos posibles. Te agarra por el pescuezo y te espeta una obviedad.

La novela se puede dividir en dos tipos de capítulos. En unos,
Calvino te coge por la segunda persona del singular, y te conduce por el proceso de lectura de alguien que eres tú y no eres tú. Este lector que Calvino quiere que seas tú (para eso se dirige a ti y te trata de tú) sufre diversas peripecias en su afán por seguir leyendo la novela que tiene entre manos. Conoces a una tal Ludmilla, la lectora ideal, y a Lotaria, la lectora analítica; conoce a un traductor-falsificador-seductor-mentiroso, conoce a Silas Flannery, un escritor o pseudo-escritor irlandés. Todos estos personajes acaban sumidos en un rocambolesco juego de falsificaciones e imposturas, entre las que se intercalan los diversos comienzos de novelas de los que luego hablaremos. El caso es que tú, Lector, y todos tus amigos personas y personajes han comenzado una novela que, abruptamente, se interrumpe, y quieren continuar leyéndola.

El reto no es fácil. Una vez que tú y tus amigos consiguen hacerse con la novela sin defectos, descubren que es otra; y así sucesivamente, hasta la hartura. Diez novelas se entremezclan con la historia extravagante de cómo van pasando una y otra por tus manos, ligadas a mafias de autocensura, a empresas falsificadoras, o simplemente a bibliotecas, lectoras traviesas, profesores de filología.

Los otros capítulos son las diferentes novelas. Todas diferentes. Una no deviene en otra, sino que, por obra y gracia de don Calvino, realmente sientes que estás leyendo eternamente primeros capítulos de novelas. Lo malo es que en cuanto comprendes cómo es el mecanismo del libro, cuando compruebas cuál es el esquema que se repite (y que se podría repetir infinitamente) y ves que éste consiste simplemente en una peripecia en la que un “tú, lector” que no se parece en nada a lo que cada uno siente hacia dentro como un “yo, lector”, busca un libro y luego lee el primer capítulo de otro libro distinto del que esperaba leer, desfalleces como lector porque comienzas a aburrirte desesperadamente.

La idea es magnífica. Comienzos de novelas que son interrumpidos y que, juntos, conforman una novela. El resultado es deslavazado, caótico y aburrido. Es deslavazado porque vas pasando del plano real en el que Calvino-autor te tiene cogido por el “tú” al variadísimo plano de todos los comienzos de las novelas que, a mi juicio, no tienen nada que ver los unos con los otros. Es caótico porque los personajes del plano que, supuestamente, y gracias al pacto de ficción, aceptas como real, como punto de partida y referencia, se mezclan con los personajes de las novelas que ese lector está leyendo. Son demasiadas idas y venidas del campo de la ficción a la fábrica de lo real. Y es aburrido, sobre todo aburrido, porque, aunque desde el punto de vista teórico todas las novelas guardan una relación entre sí, esta pretendida relación no queda tan bien reflejada fuera del plano teórico, en el mero plano de la narración que leemos. Una es alegórica, la otra es telúrico-primordial y aquella otra apocalíptica. Pero todas narran una peripecia muy diferente. Y ni siquiera entera.

Para mi gusto, hay varios problemas con este libro. Por un lado, tenemos a un Calvino que nos indica cómo reaccionamos, qué hacemos, qué estamos esperando y dónde estamos leyendo el libro. Esto sucede sobre todo en el primer capítulo –que resulta, por eso, muy exasperante-, pero continúa más matizadamente a lo largo de todo el libro. Es cierto que este capítulo tiene algunos hallazgos (la descripción de la relación de un lector con los libros), pero en conjunto, resulta aburrido, previsible y, como decía, irritante. Mantener una narración utilizando la segunda persona del singular (y además desdoblarla en “lector” y “lectora” en algunos momentos) es difícil y arriesgado. Y creo que Calvino no consigue mantener un tono adecuado a lo largo de todo su intento. En muchas ocasiones, quieres cerrar el libro porque sientes que te está diciendo cosas sobre ti mismo que tú ya sabes que no son así. Quizás el truco estaría en tratarnos peor, o en no hacer como que nos conoce tan bien, a nosotros, los bichos lectores; o, simplemente, aflojar de vez en cuando; o no confiar tanto en nosotros.

El segundo problema con que yo, como “tú, lector” al que se dirige Calvino, me he topado es la monotonía de estilo. Por mucho que Si una noche de invierno un viajero quiera ser un libro de novelas, un conjunto de historias que se deslavazan unas en otras y que van perdiendo los hilos en aras de formar otra narración distinta, debería tener cambios de estilo bien perceptibles. Los comienzos de novelas son escritos, supuestamente, por escritores de distintas nacionalidades, de diferentes culturas, unas son traducciones, otras falsificaciones, tenemos libros de culturas casi extintas y otros que son éxitos de ventas. Y sin embargo, el lector sigue embarcado en la barca monocorde de siempre Calvino.

El último problema que le veo tiene que ver con los pactos de ficción, con Aristóteles, con la suspensión del juicio necesaria. Y es que eso sólo funciona en el primer caso y, como mucho, en el segundo. El tú lector lee el comienzo de “Si una noche de invierno un viajero”, la novela de Tazio Bazakbal y realmente cree que, de un modo u otro, se las acabará componiendo para leerla hasta el final. Pero no. Un problema editorial nos hace ver que eso será imposible de momento; además, a continuación nos topamos con el comienzo de otra novela y nos despedimos para siempre de los personajes de Tazio. Una vez descubierto el mecanismo, toparse con los primeros capítulos es como ir encontrando piedrecitas incómodas por el camino; dan ganas de saltarlas, de ver qué va a seguir pasando “contigo”, ya que el protagonista eres tú. Alguno de estos comienzos merece realmente la pena, alguno es realmente distinto al anterior, pero en conjunto, queda uno borracho de tanto comienzo distinto e indistinto y acaba por no interesarse en absoluto por ciertos personajes que, apenas esbozados, están condenados a la desaparición absoluta, al menos, en el marco de las páginas que tienes entre manos.

En resumen, creo que la idea de la novela es magnífica. El mini-ensayo-justificación preliminar que hay en mi edición (Siruela) también resulta muy interesante. Pero la puesta en práctica de tanta teoría es deficiente. Muy aburrido. Quizás porque no me ha contado nada nuevo pretendiendo hacer una absoluta innovación, quizás porque me lo ha contado mal, quizás porque yo ya había desterrado a Calvino del conjunto de autores que tienen algo que contarme. Y sí, querido Italo, lo siento, pero sigo pensando lo mismo. Soy un “tú” un tanto rebeldón.

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